SdV/T1 — E1

Secun­dario de Varones — Episo­dio 1

Más que ami­gos, eran como her­manos. Ger­mán Cal­do  ‑apo­da­do Chiq­ui­to y luego Chiqui-, Lean­dro de San­tis y Máx­i­mo Gold­fish llev­a­ban toda una vida jun­tos: jardín de infantes, primer gra­do y toda la pri­maria, aho­ra en el secun­dario. Vivían a pocos met­ros uno de otro, alrede­dor de las cin­co esquinas. Se movían en cír­cu­los con­cén­tri­cos com­puestos por famil­ia, cole­gio, club, bar­rio y par­ro­quia; en el cen­tro esta­ban ellos. El trío iba a todas partes jun­tos. De algún modo pensaban…

Más que ami­gos, eran como her­manos. Ger­mán Cal­do  ‑apo­da­do Chiq­ui­to y luego Chiqui-, Lean­dro de San­tis y Máx­i­mo Gold­fish llev­a­ban toda una vida jun­tos: jardín de infantes, primer gra­do y toda la pri­maria, aho­ra en el secun­dario. Vivían a pocos met­ros uno de otro, alrede­dor de las cin­co esquinas. Se movían en cír­cu­los con­cén­tri­cos com­puestos por famil­ia, cole­gio, club, bar­rio y par­ro­quia; en el cen­tro esta­ban ellos. El trío iba a todas partes jun­tos. De algún modo pens­a­ban como un indi­vid­uo úni­co, lo que le pasa­ba a uno lo dis­fruta­ban o sufrían los otros dos. Habla­ban con todos los mod­is­mos bien de su entorno, pero entre ellos usa­ban giros lingüís­ti­cos pro­pios. La clave de su par­tic­u­lar dialec­to esta­ba en mod­i­ficar cier­tas sílabas del sus­tan­ti­vo en la oración, y suavizar algu­nas con­so­nantes como la “ll” o la “ch”. La pal­abra resul­tante son­a­ba más cán­di­da y ter­mina­ba sién­doles propia, exclu­si­va. Un juego de llaves pasa­ba a ser un juego “de yuaves”; el pro­pio sobrenom­bre del Chiqui era fre­cuente­mente “Wriqui”.

La dinámi­ca endogámi­ca de los tres ami­gos logró super­ar las con­tin­gen­cias de la puber­tad. Lea y Maxi se pusieron de novios con ami­gas de la her­mana del primero, que iba al cole­gio de mon­jas cheto. Sumaron así un cír­cu­lo nat­ur­al al dia­gra­ma social, como quien se saca de enci­ma un trámite. Chiqui pare­ció menos pro­clive a vin­cu­larse; era más retraí­do. Su testos­terona lo sacud­ía como a cualquier fulano, pero a la hora de rela­cionarse con el sexo opuesto, tenía menos roce. Al igual que Lean­dro, él tam­bién tenía una her­mana en edad afín, sin embar­go frente a las ami­gas de ésta se para­ba siem­pre como espec­ta­dor. La mujer era una incóg­ni­ta para la may­oría de nosotros. Este fac­tor acre­centa­ba las fan­tasías de no pocos alum­nos, proyec­tán­dolas por ejem­p­lo sobre la pro­fe­so­ra de matemáticas…una diosa sex­u­al solo vista tras los cristales de la escasez.

Debido al tiem­po que Maxi y Lea debían dedi­car­le a sus novias, Chiqui comen­zó a verse más con un pri­mo, hijo de un tío vet­eri­nario. Le entraron ideas fres­cas, como la de prac­ticar Taek­won­do. El ejer­ci­cio físi­co en el dojo le per­mi­tió desple­gar algo de sus energías y mit­i­gar la caren­cia de una autén­ti­ca válvu­la de escape hor­mon­al. Un día comen­tó en el grupo que el pri­mo le había deja­do unas “pasti­wruitas”. Según decía, tenían un efec­to afrodis­ía­co y “las minas se calenta­ban al pun­to de tirársete enci­ma”. Prometió pro­bar­las con ami­gas de su her­mana. Lea y Maxi le creyeron a medias, pero les encan­tó la pal­abra. Se incor­poró de inmedi­a­to al glosario ínti­mo. Par­tic­u­lar­mente Maxi, y a solo efec­to de usar­la, le pre­gunt­a­ba día por medio: “Wriqui, ya usaste la pasti­writa?” Chiqui se excus­a­ba — la opor­tu­nidad no se le daba.

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Cam­biaron las esta­ciones y Chiqui pasó de cin­tur­ones en TaeK­won­Do, de verde a rojo. Pero su ini­ciación en el sexo parecía ale­jarse cada vez más. Su timidez extrema y fal­ta de expe­ri­en­cia lo arrin­cona­ban en cada fies­ta. Abru­ma­do, decidió pro­bar la pastil­la con su propia her­mana, para des­cubrir los efec­tos reales y así darse cora­je. A su her­mana no le sur­tió otro efec­to que el de quedarse pro­fun­da­mente dormi­da; per­maneció inmóvil durante doce horas cor­ri­das. Al día sigu­iente la chi­ca dijo que se le partía la cabeza, como si sufriera una espan­tosa resaca. El pri­mo, con­sul­ta­do por Chiqui sobre el ines­per­a­do resul­ta­do, se le rió en la cara- ya se había olvi­da­do de las pastil­las. Con­fesó haber­le dado unos sedantes para cabal­los– ven­ci­dos- que le había roba­do al padre…el pri­mo era muy afec­to a los chascos.

Llegó el ver­a­no en Pun­ta del Este y tam­bién Nazare­na. La famil­ia Cal­do había alquila­do la casita de siem­pre en el bosque de la Mansa. La her­mana del Chiqui, como cada año, había invi­ta­do una ami­ga. Debía ser una amis­tad reciente; a ésta jamás la había vis­to. Ya a los dieciséis años, esta chi­ca era un bom­bazo. Además de ser her­mosa, era increíble­mente sexy. Tenía una son­risa esplén­di­da, enmar­ca­da por labios carnosos y sen­suales; un cabel­lo negro azabache que bril­l­a­ba al sol y que deja­ba caer des­de su del­i­cadísi­ma nuca sobre una espal­da per­fec­ta­mente tosta­da. Cuan­do se aco­mod­a­ba la biki­ni sobre unos pechos enormes, firmes y redon­dos, pelo y piel despedían un per­fume hip­nóti­co, casi ani­mal. Cada día, mien­tras flota­ba sobre su tabla esperan­do una ola prop­i­cia para sur­fear, Chiqui se imag­in­a­ba besan­do y acari­cian­do a Nazare­na. Las bue­nas olas venían pero Chiqui, ya para man­ten­er la ensoñación o evi­tar rev­e­larse alza­do, las deja­ba pasar.

Una tarde, cuan­do su madre y her­mana lle­varon a la abuela al Sana­to­rio Can­te­gril para unos con­troles, Chiqui y Nazare­na se quedaron solos en la casita. Ella se tiró a pasar las pági­nas de una revista en la reposera del jardín; despren­di­da­mente Wriqui se ofre­ció a preparar­le un licua­do. Y final­mente, sobre el remoli­no de banana y fru­til­las con leche, dejó caer una o dos pasti­wruitas.

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Ger­mán Cal­do es hoy Direc­tor en la empresa/fábrica famil­iar; sus ami­gos Maxi y Lea osten­tan altos car­gos ejec­u­tivos en un Ban­co y una Con­sul­to­ra internacional.

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