SdV/T1 — E2
Secundario de Varones — Episodio 2Augusto era un emprendedor nato. Hijo de dentistas, tenía ambiciones y, por qué no, recursos de persuasión social que irremediablemente enfocaba a sus proyectos. Benutto siempre tenía un negocito entre manos y la motivación para concretarlo. El primero que me viene a la mente es el …
Augusto era un emprendedor nato. Hijo de dentistas, tenía ambiciones y, por qué no, recursos de persuasión social que irremediablemente enfocaba a sus proyectos. Benutto siempre tenía un negocito entre manos y la motivación para concretarlo. El primero que me viene a la mente es el de los protectores bucales. Los ofrecía en clase; su padre tomaba la impresión dental de los moldes en el consultorio, y luego Benutto los confeccionaba con una máquina. Y así juntaba plata para algún viaje de surf o para la próxima gira del Alumnae Rugby Club. Clientes no le faltaban; el que no era rugbier jugaba al polo, y entre los menos chetos, siempre estaba el que practicaba artes marciales. Él promocionaba los protectores hasta para jugar al paddle o patinar sobre hielo.
A Benutto le sobraba autoestima. Una vez me preguntó si lo veía parecido a David Bowie y en otra oportunidad a Sting…íntimamente se creía McGyver. Mantenía alta la confianza en sí aún en las circunstancias más exigidas, como cuando lo apuró Salvi, el morocho peligroso del Colegio, y fueron a la plaza a la salida de clases para agarrarse a piñas. Hay que decir que una legión de auto convocados, habiéndose esparcido el rumor durante la mañana, se juntó enfervorizada detrás del monumento. Los dotes marketineros de Augusto ya eran evidentes; incluso cuando comprometieron, como en este caso, su integridad física. El punto a remarcar es el contagioso optimismo de Benutto, quien recibiendo una verdadera lluvia de tortazos alcanzó a gritar desde el suelo: “por lo menos péguenme de a uno!”… Con el morocho no se metió nunca más nadie. Me cuesta recordar si Benutto lució unos de sus protectores en la pelea. Debe de haberlo llevado puesto, al menos durante los primeros golpes, ya que al día siguiente ‑dentro de una cara deformada- su sonrisa vendedora era la misma.
La cúspide de su carrera como emprendedor en el secundario, sin embargo, fue El Avión; un esquema Ponzi de cabotaje. Apareció un recreo con un cuaderno Rivadavia y una birome en la mano izquierda, y nos mostró un diagrama garabateado en el que unos dieciséis casilleros se unían (de a dos) a otros ocho; los ocho a otros cuatro; los cuatro a dos y finalmente esos dos terminaban en un último casillero jerarquizado con resaltador. Cada línea representaba un escalafón; los dieciséis de la base eran Pasajeros Comunes, los ocho, Pasajeros VIP; los cuatro Tripulación de Cabina, los dos eran Co-pilotos y el único, el Piloto. Para participar había que pagarle el pasaje y te anotaba como pasajero común. Para ascender a VIP, el pasajero común tenía que convencer a otros dos fulanos que compraran sendos pasajes en el avión de Benutto. Y así sucesivamente hasta que, con todo el avión lleno, llegaras a Piloto y te llevaras dieciséis veces el importe del pasaje…un negocio redondo para el autoproclamado Capitán Benutto. Cayeron varios incautos hasta que comenzaron las fricciones y, enteradas, las autoridades del Colegio lo prohibieron.
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Lo más revelador sucedió en otro ámbito, una o dos semanas más tarde. El tío de un amigo nos invitó a una reunión en su casa, que era enorme y nunca ajena a visitas de embajadores, celebridades y demás gente bien. El jardín estaba lleno de adultos vestidos de fiesta que iban de una a otra mesa, riendo, fumando y tomando vino o champagne, algunos con fajos de billetes en la mano. Pero no había ruletas ni jugaban al bingo -eso era de jubilados pobres- sino… ¡al avión de Benutto! Cada tanto alguien pegaba un grito y el resto de la mesa aplaudía: se había coronado un nuevo Capitán. De a poco comprendí que Augusto Benutto no era el autor del jueguito, sino que seguramente había empezado como pasajero común, al igual que el resto. Y que alguien mayor, quizá un hermano o un amigo del padre, lo había introducido en aquella timba, encandilándolo con la posibilidad de guita fácil. Y peor aún; que el tío de mi amigo nos había llevado generosamente a esta reunión de viejos con objetivos afines. Al igual que había pasado a nivel escolar, a las pocas semanas hubieron denuncias y acciones judiciales por fraude, que derivaron en algún que otro titular en los diarios.
Escuché ya en la facultad que Augusto, en paralelo a la carrera de Ingeniería Agropecuaria, había comenzado un emprendimiento de cultivos orgánicos. Se anticipaba así al menos una década a esa multimillonaria industria. A diferencia de otros terratenientes del colegio, habría arrancado el sueño hundiendo sus propias manos en la tierra. Si sumó luego mano de obra digamos, precarizada, no me consta. Terminó yéndole muy bien, cosa que me alegra ya que Benutto no era un mal pibe. Tan solo cabalgaba sobre la naciente ola noventosa; ese milagro a futuro cuando el país empezaba a ser “serio” y se modernizaba a golpes de autoayuda.
Nunca supe qué originó su pelea con Salvi. Si se trató de algún empréstito dudoso, garabateado en una hoja Rivadavia, al menos esa vez el morocho se cobró lo suyo.
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Un thriller urbano por R.P.Browne!
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