SdV/T1 — E3

Secun­dario de Varones — Episo­dio 3

Uno de los tipos más inde­seables durante los recre­os era Ávi­la. Nor­mal­mente nos agrupábamos en mon­tones de tres a seis fla­cos, dis­per­sos por el patio en patrones irreg­u­lares. Las pare­des y colum­natas perime­trales solían con­cen­trar más alum­nos, porque favorecían el trasla­do de un grupo a otro. Cam­i­nar rápi­do no se veía bien; mucho menos cor­rer.  Se esti­l­a­ba acer­carse despa­cio, arras­tran­do sin exce­so los mocasines -nun­ca demasi­a­do nuevos, aunque lo fuer­an-

Uno de los tipos más inde­seables durante los recre­os era Ávi­la. Nor­mal­mente nos agrupábamos en mon­tones de tres a seis fla­cos, dis­per­sos por el patio en patrones irreg­u­lares. Las pare­des y colum­natas perime­trales solían con­cen­trar más alum­nos porque favorecían el trasla­do de un grupo a otro. Cam­i­nar rápi­do no se veía bien; mucho menos cor­rer.  Se esti­l­a­ba acer­carse despa­cio, arras­tran­do sin exce­so los mocasines -nun­ca demasi­a­do nuevos, aunque lo fuer­an-, e inser­tarse en el hue­co de un grupo con sobriedad. Lo otro deno­ta­ba ansiedad, necesi­dad de aceptación, algo que desve­la­ba a la may­oría pero que nadie hubiera admi­ti­do, ni siquiera a sí mismo.

Tal vez por eso Ávi­la parecía reb­o­tar de grupo en grupo, en un der­rotero que dura­ba lo que el recreo. Mas que cam­i­nar se movía en espas­mos que­bra­dos, casi saltan­do. Su aspec­to no le sum­a­ba: usa­ba borceguíes negros -ape­nas legales- den­tro de los que metía las bota­man­gas del pan­talón en ausen­cia de la autori­dad. Tam­poco sus ojos saltones, ni los pelos revuel­tos, casi crispa­dos. Sus riso­tadas, des­en­ca­jadas y dia­bóli­cas, eran un inten­to vano por aca­parar una aten­ción inmere­ci­da. Sin embar­go lo que real­mente ahuyenta­ba de Ávi­la eran los comen­tar­ios pseu­do políti­cos que cola­ba en las char­las de recreo. A nosotros la políti­ca no nos interesa­ba; mucho menos el anar­quis­mo u otras bolude­ces que se le escuch­a­ban al tipo éste. Alguno lle­ga­ba a prestar­le oídos cuan­do habla­ba de los negros, nat­u­ral­mente en for­ma despec­ti­va. Para él, esos negros explic­a­ban la deca­den­cia nacional. Era bas­tante extraño ese anarquismo.

Den­tro del aula, Ávi­la presta­ba poca aten­ción. En esto no era dis­tin­to del resto. Pero en lugar de dormir o molestar al gor­do de la clase, gara­bate­a­ba aes anar­quis­tas sobre el ban­co, que con el tiem­po mutaron a esvás­ti­cas y ese-eses. Un buen día pasó a la acción, habi­en­do planea­do su primer golpe durante horas enteras de fan­taseo con la birome. Aque­l­la mañana, final­iza­do el recreo, la entra­da a clase nos recibió con un fog­o­na­zo y  seguida­mente un apestoso humo gris, que arañó el altísi­mo cielor­ra­so del aula y comen­zó a bajar en una especie de nebli­na. Entre gri­tos de excitación, empu­jones y risas ado­les­centes volvi­mos cor­rien­do al patio, has­ta que se despe­jó la nube y los celadores ven­ti­laron el veneno del aula. Fue un rato de caos que Ávi­la, des­de su anon­i­ma­to, saboreó pro­fun­da­mente. La pastil­la de Gamex­ane logró descon­cer­tar a pre­fec­tos, rec­tor y pro­fe­sores. Los habit­uales méto­dos extor­sivos de las autori­dades fueron infruc­tu­osos y no dieron, esa vez, con el culpable.

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Sem­anas más tarde Ávi­la apare­ció con la cabeza com­ple­ta­mente rapa­da. Era raro porque aún falta­ba un mes para el temi­do sor­teo de la col­im­ba, cuan­do nos lle­garía a nosotros (los de quin­to año) la tradi­ción de pelar a quienes se sal­varan. Ávi­la había cam­bi­a­do algo más que el look. Se movía con menos tor­peza; habla­ba un poco más bajo. Tenía más pacien­cia, tan­to para esper­ar a que le hicier­an un hue­co en los recre­os como para meter su boca­do en la con­ver­sación. Como si hubiese recibido algún tipo de instruc­ción o entre­namien­to. Seguía hablan­do de los negros, pero aho­ra con­tex­tu­al­iz­a­ba su retóri­ca en los temas que se char­la­ban; ya no son­a­ba tan descol­ga­do. Es más, lo que decía tenía el tono de una prop­ues­ta cre­ati­va o, para él, recreativa.

La idea que me quedó más graba­da, por su recur­ren­cia y pro­gre­si­vo refi­namien­to, fue la del tour express a una vil­la de emer­gen­cia. Su plan era más o menos el sigu­iente: agar­rar el auto una noche, parar en las cer­canías de una vil­la mis­e­ria, cubrir las patentes con unos con-tact negros prepara­dos de ante­mano e ingre­sar en la vil­la a baja veloci­dad, mem­o­rizan­do la ruta de escape. Y ape­nas visu­al­iza­do un obje­ti­vo cam­i­nan­do solo - adul­to, anciano o niño, igual son todos negros- acer­cárse­le con sig­i­lo; bajar la ven­tanil­la, pre­gun­tar­le algo y ni bien se arri­mase, que­mar­lo de un escopeta­zo… arran­car vio­len­ta­mente y darse a la fuga a toda veloci­dad. Remata­ba la idea pun­tu­al­izan­do “No te agar­ran más!” y a modo de epíl­o­go daba detalles sobre la Itha­ca de man­go recor­ta­do a uti­lizar, cómo vestirse, etc. Curiosa­mente nadie le pre­gunt­a­ba de dónde sacaría la escope­ta; supon­go que aún lo con­sid­er­a­ban un fab­u­lador. Alguno se ani­mó a cues­tionarle por qué hac­er eso: “por diver­sión”. En ret­ro­spec­ti­va creo que Ávi­la bus­ca­ba un cóm­plice, o mejor, un chofer.

Llegó el mes de Noviem­bre y el día de la tradi­cional vuelta olímpi­ca de los futur­os egre­sa­dos. La voz cor­rió durante el primer recreo; daríamos la vuelta en el segun­do. Con sus apti­tudes sociales muy mejo­radas, Ávi­la fue de grupo en grupo. Qué nos dijo, o cómo, no lo recuer­do. Pero evi­den­te­mente sur­tió efec­to ya que al año sigu­iente el Cole­gio pro­hibió ter­mi­nan­te­mente las vueltas olímpi­cas, bajo pena de expul­sión sumaria. En el segun­do recreo comen­zaron los cán­ti­cos hacia los años infe­ri­ores y otros exabrup­tos de rig­or, que devinieron ráp­i­da­mente en empu­jones y cor­ri­das a los menores. Se mul­ti­pli­caron las cor­batas anudadas a la frente a modo de vin­cha, las camisas hechas jirones des­cubrien­do tor­sos desnudos o remeras provoca­ti­vas, los blaz­ers con las man­gas arran­cadas. El año ante­ri­or habían dado vuelta los papeleros metáli­cos del patio; en éste los estrel­laron con­tra las ven­tanas. La cama­da pre­via había arro­ja­do avionci­tos de papel con la cola encendida…ésta dejó var­ios pupitres en lla­mas. Tronaron por doquier rompe-por­tones ilíc­i­tos que nadie había traí­do, pren­di­dos por no fumadores que lla­ma­ti­va­mente tenían encende­dores a mano. Has­ta se llegó a ver un escol­ta agi­tar aerosoles de pin­tu­ra de mis­te­riosa proce­den­cia y dejar tras de sí esvás­ti­cas chor­re­an­do en la pared exte­ri­or del salón de actos. Jamás se habían vis­to des­man­es de ese porte; destro­zos con esa saña.

Ávi­la había logra­do una pequeña Roma incen­di­a­da y tam­bién su expul­sión. Me pre­gun­to si al fes­te­jo gen­er­al Ávi­la había suma­do el suyo pro­pio, ínti­mo, antic­i­pan­do un primer tour villero express.

No ten­go reg­istro de este per­son­aje pos­te­ri­or a esa infla­ma­da vuelta olímpi­ca. Imag­i­no que en algún rincón del cole­gio existe un enorme archi­vo, inmóvil, de met­al algo cor­roí­do. Sería intere­sante localizar y abrir el cajón cor­re­spon­di­ente. Repon­erse de los chirri­dos, ubicar con las pun­tas de los dedos el folio del alum­no Ávi­la, acer­car­lo a una ven­tana, y leer con aten­ción los resul­ta­dos de su Test Vocacional.

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